Si este es el caso entre dirigentes del FMI, acreedores molestos y buena parte de los economistas argentinos estamos fritos. Y es fácil entender por qué estaríamos fritos. Porque si el problema no se identifica correctamente la solución a la que arribamos es siempre la misma, y siempre defectuosa: firmamos un acuerdo de la deuda que en un inicio genera expectativas y esperanzas y a poco de andar volvemos a no poder pagar por más quita de la deuda, alargamiento de plazos, reducción de tasa y ajuste fiscal que se haya efectuado. ¿Por qué se cae cíclicamente en la insolvencia con respecto a la deuda? Porque no se incluye entre los compromisos a los que Argentina adscribe el mantener, cueste lo que cueste, un tipo de cambio real bien alto y bien competitivo. Eso debería ser así tanto en circunstancias de control de cambios como en circunstancias de libertad cambiaria. De otra manera, en el caso del control de cambios rápidamente en vez de nacionalizarse un superávit comercial para poder pagar lo que se nacionaliza es un déficit que abulta la pérdida de reservas estando la economía peor que con un tipo de cambio libre.
Y en el caso de un contexto de libertad cambiaria también poder pagar implica un tipo de cambio real alto porque en tal caso el Banco Central debe continuamente salir a comprar dólares al mercado libre con el fin de “apilar” reservas por si acaso el crédito externo se corta y hay que volver a pagar con las reservas. Esta -y no la existencia o inexistencia de un superávit fiscal muy suculento- es la causa real por la cual desde los años ochenta Argentina cae en defaults y episodios varios de peligrosa insolvencia: porque no mantenemos un tipo de cambio real alto en forma sostenida en el tiempo.
La “Hipótesis de Planck” en nuestro caso se transforma en una maldición. A esta altura es muy probable que el lector se pregunte: “Pero entonces… ¿las cuentas fiscales no importan?” La respuesta es que claro que importan, pero solo porque el superávit o déficit fiscal impacta en el superávit de balanza comercial. Es como que los hilos de causalidad entre cuentas fiscales y pagos de la deuda existente en países “normales” no se dan en Argentina. Y no se dan porque Argentina toma grandes cantidades de deuda en una moneda que no recauda su Tesoro ni emite su Banco Central, lo que implica que la necesidad de superávit fiscal sea un “factor Cenicienta” en relación con el factor primordial: el tipo de cambio real.
¿Queremos en Argentina volver a un orden de causalidad normal como los países normales? Entonces la solución pasa por tomar deuda sólo en pesos, y en tal caso, en la renegociación de la deuda que está por comenzar habría que pugnar -incluso imponer- que los nuevos bonos de deuda sean pagaderos en pesos a tasa Badlar más algunos puntos adicionales. Ni indexados por CER, ni ajustados por tipo de cambio, lo cual implicaría efectos indeseados parecidos a esta maldición de que la deuda, al revés del resto del mundo, esté nominada en dólares, que no emitimos ni recaudamos. Hasta que eso no se logre, las cuentas fiscales tienen importancia. Pero solo secundaria. Mejor no perder la brújula en estas circunstancias entonces para generar las condiciones para poder pagar. Se debe perseguir un dólar real alto. Por eso, cuando se observa que desde hace medio año con inflación anual del 55% el dólar oficial vale $63 da vértigo y se constata que, lamentablemente, Planck vuelve a estar en lo correcto.
Fuente: Walter Graziano – Ambito Financiero