Sin embargo, sacar como conclusión que se aproxima una eventual crisis brasileña puede lucir no solo apresurado, sino por sobre todo inexacto. Veamos por qué: Brasil -al revés de la Argentina- tiene una parte abrumadoramente mayoritaria de su deuda pública nominada en reales y no en dólares. Eso quiere decir que toda devaluación ayuda a licuar esa deuda en término de divisas, con lo que se hace mucho más sencilla de pagar. El hecho de que el real se mantenga más de 20 años en los mismos valores es lo que ha hecho que su deuda en término de dólares haya crecido hasta llegar al 90% de su PBI, y no otro factor. Ahora los intereses insumen montos crecientes de déficit, sin duda. Pero aún así el apetito de los propios brasileños por la deuda de su propio país no parece abatirse dado que Brasil sigue subastando y colocando títulos en su moneda a muy buen ritmo. Este es un factor que debiera ser tomado en cuenta por quienes sostienen que Brasil se halla a las puertas de otro “efecto caipirinha”.
Si se examinan otros indicadores se puede observar también que una crisis no parece cercana. La inflación, lejos de descontrolarse, sigue en torno del bajísimo 3% anual de otros países de la región y en línea con los propios Estados Unidos, con lo cual se hace innecesaria una devaluación a los fines de no perder competitividad como muchas veces es el caso argentino. Toda devaluación se materializa en pura ganancia de tipo de cambio real, factor que hace que Brasil genere por sí mismo los propios anticuerpos para que aparezcan dólares genuinos de más exportaciones para atender cualquier demanda de divisas fuera de lo natural o de lo esperable.
A eso hay que sumar el hecho de que las denominadas -y discutidas- “reformas estructurales” laboral y previsional están siendo llevadas a cabo. Y aunque es más que dudoso que las mismas puedan ayudar a Brasil a crecer en el mediano plazo dado que las mismas apuntan a cercenar el poder de consumo de los brasileños, lo cierto es que los mercados financieros siempre han celebrado y celebran ese tipo de medidas como “pro-mercado” y difícilmente juegan en contra de las mismas. Además hay algo indiscutible: postergar como se ha hecho las edades jubilatorias quiérase o no ayuda a disminuir el déficit fiscal del país. Antes de cualquier abrupta fuga de capitales, los dueños de los mismos van a evaluar que Brasil se encuentra inmerso en este proceso y sin duda van a pensarlo dos veces a la hora de apuntar los cañones contra Brasil.
Finalmente, en esta discusión está el “as de espadas” que parecen tenerlo quienes piensan que Brasil no está cerca de las convulsiones de una crisis financiera: la tasa de interés dispuesta por el Banco Central de Brasil (SELIC) es de solo el 5% anual y ha venido bajando en el año, factor que puede haber colaborado a que la demanda de dólares acaecida tras los violentos episodios sociales latinoamericanos se tonificara en nuestro vecino. Este bajo rendimiento en las tasas de interés, que en términos reales son de solo el 2% anual, muestra a las claras que Brasil tiene hoy un amplísimo espacio para aplicar un “apretón monetario” que extermine cualquier conato fuerte de crisis cambiaria si fuera necesario.
¿Cuál es la situación del país que gobierna Jair Bolsonaro entonces? Sin duda tiene problemas: un muy alto déficit fiscal, un incipiente déficit de balanza de pagos y una recesión muy reacia a ceder. Año tras año se predice la salida de la recesión y un crecimiento promisorio y a la postre lo que realmente sucede es que las dificultades para volver a crecer a guarismos aceptables no ceden. Este es el factor de real preocupación con la economía brasileña y no otro. Sin embargo es al menos discutible que por sí mismo tenga el potencial desestabilizador que pueden tener factores financieros de plazos más cortos, que son los que suelen dictaminar si un país está cerca o lejos de una crisis en su sistema financiero. Pero no es el caso de Brasil, donde además su índice accionario BOVESPA se encuentra alrededor de un 10% más arriba que hace un año atrás: otro factor que nos dice a las claras que no hay inminencia de crisis en Brasil. ¿Que hay problemas? Sin duda. ¿Que el real puede bajar más? Seguro que sí. ¿Que esa caída puede ocupar titulares en los diarios? Probable, muy probable. ¿Que estamos cerca de un “efecto caipirinha”? No, para nada. Ni siquiera estamos cerca de eso. Y al mismo tiempo que cerramos este somero análisis acerca de Brasil, los argentinos debemos meditar un “temita” que debe llamarnos la atención: a pesar de que Brasil tiene un déficit fiscal del 7% de su PBI, puede mantener su inflación en solo el 3% anual y su tasa bancaria en el orden del 5% anual. Y eso por más de 20 años. Entonces, ¿Por qué en la Argentina insistimos con riesgosas y caras variantes gradualistas para bajar la inflación si estabilizar, como nos muestra nuestro vecino, puede ser mucho más factible de lo que puede parecer a primera vista?
Fuente: Walter Graziano – Ambito Financiero